El
rey del acero, Andrew Carnegie, quien fuese el segundo hombre más rico
de la historia, tenía la particularidad de rodearse de gente mucho más
inteligente que él. Carnegie, quien siempre resaltaba que mientras él
estuvo al frente de su empresa nunca el sindicato hizo huelga, le
confesó a Napoleón Hill que uno de sus principales secretos era “la
maestría en el trato a las personas”. El amo y señor
del acero, señala Hill, se daba el lujo de pagarle a Charles Schwab,
entonces uno de sus jóvenes directivos, más de un millón de dólares
anuales por su gran capacidad para generar “un extraordinario clima de
armonía laboral”. Gracias a ese talento, Charles se convirtió en una de
las primeras personas que trabajando para otro, ganaba anualmente más
de un millón de dólares. ¿Pero en qué consistía realmente ese talento
especial del señor Schwab que tanto apreciaba Carnegie? “Considero –
dijo Schwab- que el mayor bien que poseo es mi capacidad para despertar
entusiasmo entre los hombres, y que la forma de desarrollar lo mejor que
hay en la persona es por medio del aprecio y el aliento. No hay nada
que mate tanto las ambiciones de alguien como las críticas de sus
superiores. Yo jamás critico a una persona. Creo que se debe dar a una
persona un incentivo para que trabaje. Soy caluroso en mi aprobación y
generoso en mis elogios.” Así es como el imperio de Andrew Carnegie
atraía y retenía el talento que lo acompañó y ayudó en su camino a la
cima. El millonario de origen escocés, que en 1889 publicó un artículo
en el que indicaba que todo hombre de negocios tenía que tener dos
etapas en su trayectoria: la primera dedicada a amasar fortuna, y la
segunda dedicada a contribuir en obras de caridad, pidió que en el
epitafio de su tumba se puedan leer las siguientes palabras: aquí reposa
un hombre que hizo fortuna por haber tenido la habilidad de rodearse de
hombres más inteligentes que él." Ese fue Andrew Carnegie, uno de
los hombres más poderosos que ha visto el mundo, gigante de la
industria y de la filantropía.
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